En nuestra vida, cerrar ciclos representa una de las tareas más desafiantes y dolorosas que enfrentamos, no solo por la emotividad que conlleva sino también por las heridas invisibles que dejan en nuestra psique. Muchas veces, nos aferramos a esas experiencias pasadas, a esas personas, errores o decisiones que, aunque ya no nos sirven, se convierten en una especie de refugio mental del que nos cuesta despegar. La metáfora de tener las pestañas abiertas en la mente refleja cómo permanecemos con los ojos atentos a lo que fue, en lugar de cerrar ese capítulo y avanzar. La dificultad radica en que, emocionalmente, cerrar un ciclo requiere confrontar la pérdida, el miedo al cambio y la incertidumbre del futuro. Además, cultural y socialmente estamos acostumbrados a pensar que el arrepentimiento o la nostalgia nos mantienen conectados a nuestra historia, cuando en realidad solo prolongan nuestro sufrimiento. La mente humana tiende a aferrarse a lo conocido, incluso si lo que conocemos nos produce dolor, porque resulta más cómodo que explorar lo desconocido. Sin embargo, quedarse con las pestañas abiertas en la memoria puede generar un bloqueo que impide abrir nuevos horizontes y aceptar las enseñanzas que las experiencias pasadas pueden ofrecer. Aprender a cerrar ciclos significa entender que cada final abre paso a un nuevo comienzo, y que soltar no es olvidar, sino aceptar que lo que fue fue y que ya no forma parte de nuestro presente. Solo así podremos liberarnos de las cadenas invisibles que nos atan al pasado y mirar hacia adelante con esperanza y claridad. La clave está en reconocer cuándo una etapa ha cumplido su ciclo y tener el valor de dejar ir con gratitud, permitiendo así que nuevas experiencias florezcan en nuestro camino.